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ESCRITOS

Prologo Realismo Trágico

Andreas Ilg  enero 2025

En un paseo, saliendo del museo Leon Trotsky y ambulando por los callejones de Coyoacán, Georges Didi-Huberman tuvo la suerte de presenciar lo que, de inmediato, llamó “surreal”. Recordó la visita de André Breton a México y se acordó del asombro del poeta en el país de los milagros; o, mejor dicho, de aquello que Francisco Mata Rosas había concebido con el tan atinado nombre de “instalaciones involuntarias”. Pues, junto al voluminoso tronco de una jacaranda en flor, algún gracioso había tirado una cocida cabeza de puerco con maíz pozolero. De las altas ramas se habían desprendido suficientes campanitas de color azul violáceo como para adornar las sobras del guiso de ayer. Nadie le habría creído que hubiese sido una simpledescripción de un verdadero espectáculo pintoresco, asemejanza de un cuadro de Giorgio de Chirico, y más bien se le habría atribuido al vuelo de su fascinación por lo que se ha llegado a definir como realismo mágico mexicano.

Sabemos que un ejemplo representativo de ese realismo mágico es la lluvia de flores. En la novela emblemática Cien años de soledad, son flores amarillas las que cubren el cuerpo del patriarca de los Buendía. Lo que en la novelasirve cual símbolo o metáfora potente, se convierte en un mágico evento en la veraniega capital mexicana para quien ve caer docenas de flores y tapizadas de color violeta pastel largas tramas de avenidas y calles. En el mismo año que Breton visitó México y en el mes en que las jacarandas se desprenden de su atuendo colorido y fragante, José Juan Tablada perfumó un poema con el aire tragicómico de una Cuernavaca invadida por moscas, esas moscas que bien pueden revolotear por encima de la basura o en torno de una cabeza de puerco, bien zumbar alrededor de un cadáverhumano.

He aquí el otro lado de ese realismo que, en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1982, Gabriel García Márquez tintó de desaforado y violento, debido a las “injusticias seculares y amarguras sin cuento”, indicando que la realidad latinoamericana “sustenta un manantial de creación insaciable” que, si bien rebosa belleza, también derrama desdicha. Un monumento dedicado al perro atropellado designa sin tapujos la violencia que pretende velar la orgullosa Estela de luz. Detrás de cada una de sus placas de cuarzo iluminadas con luces led deberían arder lasveladoras de cientos de muertos y de desaparecidos, rememorando que con el nombre de “estela” también se designa una lápida funeraria.

Entonces, lo trágico de ese realismo no radica en una mesa construida cual abstracción mobiliaria que ha trascendido a leyenda eterna de un supuesto surrealismo mexicano, sino hunde sus raíces en la desgracia de lo evitable que, aunque pudo preverse, no se evitó. Un “ni modo, qué le vamos a hacer”, ahora que está hecho el desastre, lleva a extremos de una historia confinada en un pretérito listo para repetir. “Lo que pasó tenía que pasar para que no pasara lo que está pasando”, se reza en una de las láminas aquí compiladas de Rafael Charco, Ricardo del Río y Armando Romero. 

En la vida cotidiana de la capital mexicana, tan retratada en miles de crónicas urbanas que o bien narran la diversidad de Los rituales del caos o bien recuerdan los Pequeños actos de desobediencia civil, ese lema se convierte en proverbio para el santo remedio o el padre nuestro de la prevención divina. Si durante meses permanecen los huacales que se amontonaron en un cráter del asfalto en la avenida Insurgentes, es debido a su gran eficacia y al devenir obraestética y referente de ubicación: “date vuelta justo detrás del monumento al bache citadino”. Si no se cae la rueda de la fortuna de ocho góndolas que en la feria de San Ángel se erige sobre tres tablas encima de unos doscientos ladrillos para nivelar la pendiente, es designio de que sí sirve rezar a la Virgen de Guadalupe. Es que México se sabe bricoleur, y se conjugan en ello el gran ingenio y el “valemadrismo” que les confieren a esas creaciones de resarcimiento y de enmienda el lado mágico y cómico, pero también cierto tinte de tragedia.

Las cuarenta y dos láminas de Rafael Charco, Ricardo del Río y Armando Romero se compilan bajo el concepto de “Manifiesto Realismo Trágico”. En “40 años sobre papel” donde se combinan las técnicas de tinta, acrílico, gouaches, serigrafía, collages, pastel y lápiz –40 años que tienden el arco desde La Esmeralda de 1985 hacia la actualidad–, ese manifiesto se plantea cual desafío al purismo académico de aquella época y de los tiempos actuales en los que aún resuena. Y es que se manifiesta un realismo trágico allende la celebrada magia por la vista foránea. Gabriel García Márquez, en el ya mencionado discurso de 1982, también recordó a la Europa venerable el hecho de que el retrato de América Latina que se hizo con esquemas ajenos contribuyó“a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”. El pintor José Luis Cuevasrecordó a sus estudiantes de dibujo que no orientaran el retrato del cuerpo humano por el David de Miguel Ángel,sino que observaran las muy variadas formas en que la realidad lo ofrecía a una a menudo asombrosa experiencia. 

Rafael Charco, Ricardo del Río y Armando Romero recuerdan que sí es posible hacer obra a seis manos y con técnicas diversas, a pesar de que impere una visión ideológica que quiere tildarla o bien de monstruosidad (en alusión a Cuevas) o bien de surrealismo (con referencia a Breton) o bien de realismo mágico. Lo trágico se manifiesta en el hecho absurdo de una postura incapaz de reflexionar sobre posibles vectores de cambio. Incluso para el término mismo del realismo mágico que acuña con un mismo sello,cual etiqueta de mercado, a una cantidad de narrativas sumamente diversas. ¿Qué tiene de realismo mágico la tragedia de la Guerra Cristera que relata, sentado sobre una piedra aparente –la del pueblo de Ixtepec, la de la memoria de un pueblo y la de Los recuerdos del porvenir tallados en la roca dura de una historia de desgracias–, el narrador de esos perros perseguidos a balazos, de los indios ahorcados en los árboles y de aquellas mujeres violadas por un macho a cuyas garras se le escapa una tras otra? ¿Y qué ese suspiro eterno que no es sino “un sorbo de vida del que uno se deshace”? ¡Ay! También Juan Rulfo pregunta: “¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?”

Los tonos de tierra, ocre, terracota, ladrillo, marrón, deacrílico y gouache, con que Rafael Charco crea el fondo lúgubre de la historia de las 42 láminas, son como los bajos tonos de un tambor que de lontananza retumba; esos tonos pintan el Ixtepec o el Comala de los recuerdos. Sobre ese lienzo se ritman las cuerdas de una sublime armonía del requinto de caballos que, con un solo trazo continuo y delgado plasma Ricardo del Río. La composición serigráfica de figuras de obras de Velázquez, ensancha los quicios entre Doña Margarita María de Austria, Maribárbola y Nicolasito Pertusato (que a menudo entra por la esquina inferior derecha pateando al perro imperturbable en su gentileza), pero también los intersticios entre estas figuras y el papaInocencio X –quien continúa el linaje de su homónimo aprobador del Martillo de las brujas–, la venerable madre Jerónima de la Fuente, el Príncipe Baltazar Carlos y el Duque de Olivares, ambos a caballo. Esos fragmentos de obras maestras del gran Diego Velázquez se contrastan con garabatos de acrílico blanco y las burbujas de cómic vacías –“recuerda que es de mala educación hablar con el cerebro vacío”–, se alternan con grafitis y contrapuntean los lemas que interrogan lo que pronto se da por sentado. Armando Romero, compositor de este ensamble, sabe que este montaje no concierta las cosas de otra manera, sino crea quicios de ruptura, intervalos de crisis e intersticios para una puesta en jaque del sentido acomodado. Si “toda su vida la oveja temió al lobo, pero fue el pastor quien se la comió” o si “se ha enseñado a los niños a tenerle miedo a las brujas, pero no a la iglesia que las quemaba vivas”, es para desconcertar lasinstituciones del sentido, frecuentemente robustecidas.

En medio de una concurrida avenida de la colonia Doctores, yergue un abeto seco clavado en cruz. En lugar de esferas y luces, los transeúntes le han brindado una visita paradecorarlo con botellas de plástico insertas en los extremos de las ramas o con los coloridos Treta Pak Boing, envolturas Sabritas, Chokis, Paleta Payaso. El degastado árbol de navidad revivió como alerta de bache, señalamiento vial de división de carriles, bote de basura decorativo, emblema del ingenio que reza: “si no sabes adónde te diriges, puedes terminar en cualquier otro lugar”. El globo que encierra este dicho en la lámina correspondiente no aparece junto al garabato, en contrapunto con los bocadillos blancas yuxtapuestas a la serigrafía; aquí es la infanta Margarita que habla y que nos mira de lejos, de otro lado del lienzo para interrogarnos no sólo acerca de aquello que vemos sino también sobre cómo nos vemos mirados desde el lugar de dónde nos miramos. Ça nous regarde, eso nos mira, eso nos incumbe, atañe, concierne, en ese o en cualquier otro lugar.También acá en el manège de un circo, Isabel de Borbón, cual funambulista barroca, busca dirigirse sobre la cuerda floja con aro de fuego hacia un sueño de caballos, hallándose rodeada de felinos y pedestales circenses. Sobre el fondo negro nos recuerda el espejo fantasmal que jamás somos espectadores fuera del proscenio. 

El Realismo Trágico ataca de nuevo

Napoleon Camacho Brandi    Enero 2024

El surrealismo, uno de los movimientos artísticos más influyentes del siglo XX, se caracterizó por su capacidad de integrar múltiples perspectivas en obras colectivas que trascendieron las convenciones formales. En esta tradición de creación colaborativa, surge el proyecto que reúne a los artistas Armando Romero, Rafael Charco y Ricardo Del Río, cuya dinámica creativa puede compararse con la improvisación de un trío de jazz, donde cada integrante contribuye con su visión particular sin perder de vista la coherencia y el equilibrio de la obra conjunta. Esta iniciativa artística nació a mediados de los años ochenta, un periodo complejo para la sociedad mexicana, y fue truncada de manera abrupta por el devastador terremoto de 1985, que sacudió a la Ciudad de México y afectó todos los ámbitos de la vida cultural y artística del país. Como resultado, el proyecto quedó archivado y olvidado hasta su redescubrimiento fortuito en 2024, cuando se recuperaron las 42 piezas que conforman esta exposición.

 

El hallazgo de las obras permitió el reencuentro de los tres artistas, quienes decidieron restaurar y retrabajar las piezas originales, no solo para reparar el deterioro ocasionado por el paso del tiempo, sino también para incorporar nuevas ideas y enfoques. Este reencuentro propició en ellos una reflexión sobre la década de 1980, un periodo en el que México vivía una etapa de transición marcada por el inicio de políticas neoliberales, la modernización económica impulsada por el gobierno y el auge de nuevos discursos culturales. Paralelamente, el país seguía bajo la sombra del “boom” latinoamericano en la literatura, encabezado por figuras como Gabriel García Márquez y su emblemática obra Cien años de soledad, que consolidó la etiqueta del realismo mágico como una característica distintiva de la región. Sin embargo, esta etiqueta, y su derivación hacia la imagen de un México “surrealista”, alimentada por anécdotas como la célebre referencia de André Breton al país, generaba rechazo entre algunos artistas de la época. Para este trío, huir de esos clichés se convirtió en un leitmotiv esencial, ya que tales categorizaciones simplificaban la diversidad cultural y artística de México, reduciéndola a estereotipos vacíos.

 

En este contexto, la generación a la que pertenecían Romero, Charco y Del Río se distanció de los discursos nacionalistas dominantes y de los postulados identitarios de la llamada escuela mexicana, buscando nuevas alternativas estéticas que podríamos calificar hoy como posmodernas o precursoras del arte contemporáneo en México. Las obras de este proyecto reflejan una confluencia de influencias que abarcan la abstracción, el dibujo preciso, referencias a Velázquez, una reinterpretación del pop art y una gran destreza en la composición y el uso del color. Este doble reencuentro —de las obras y de los artistas— da cuenta no solo de la vitalidad creativa de una época marcada por cambios profundos, sino también de la consolidación de nuevas formas de expresión artística que encontrarían eco en las trayectorias individuales de sus autores.

 

Así, esta exposición no solo rescata un proyecto artístico interrumpido por la tragedia, sino que también permite una revisión crítica de los años ochenta, un periodo donde las tensiones entre tradición e innovación, localismo y cosmopolitismo, marcaban el devenir del arte en México. A través de este esfuerzo, se reafirma el carácter dinámico y cambiante de la producción artística de aquel entonces, en constante búsqueda de nuevas voces, lenguajes y horizontes

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