
Manifiesto

EL FIN DEL ARTISTA COMO HÉROE Y EL RENACIMIENTO DEL ARTE COMO OBRA COLECTIVA
I. PREÁMBULO
Vivimos en un tiempo de saturación de nombres y firmas. El mercado del arte, las redes sociales, las bienales y ferias han construido un modelo de artista como figura de culto, una suerte de profeta moderno cuya marca personal a menudo vale más que su obra misma. Este culto, nacido con fuerza en el Renacimiento y exacerbado por el romanticismo, ha alcanzado un punto de agotamiento. Nos hallamos hoy ante la posibilidad —y la urgencia— de un cambio profundo en la concepción del arte y de quien lo produce.
Este manifiesto nace del pensamiento y la praxis compartida por un grupo de artistas que, habiéndose formado en los años ochenta y reencontrado en pleno siglo XXI, decidimos actuar en consecuencia: dejar de lado el ego autoral y crear desde lo colectivo, como lo hicieran los talleres medievales, los constructores de catedrales o los fresquistas del Trecento. Queremos devolver al arte su cualidad más poderosa: la de ser un lenguaje compartido, no un grito individualista.
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II. CONTRA LA FIGURA DEL ARTISTA COMO HÉROE SOLITARIO
Desde Vasari hasta Warhol, el arte occidental ha canonizado al artista como genio individual. Este modelo, si bien produjo obras de alto vuelo, también generó una narrativa tóxica en la que el yo se impone sobre la obra y el mercado dicta el valor de la creación.
La historia del arte —si se la mira con atención— es también la historia de múltiples colaboraciones borradas: los ayudantes de Rubens, los anónimos que pintaron junto a Diego Rivera, los colectivos de vanguardia en Rusia y Latinoamérica. Incluso las figuras más célebres han dependido de redes invisibles de inspiración, ayuda técnica, diálogo y confrontación. Rechazamos la idea romántica del creador aislado como mito fundacional del arte contemporáneo.
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III. EL ARTE COMO OBRA COLECTIVA: UNA HERENCIA VIVA
Antes del Renacimiento, el arte era gremial, litúrgico, comunitario. Los vitrales de las catedrales, los códices iluminados, los retablos anónimos fueron el fruto de talleres donde la autoría individual era irrelevante frente al objetivo superior: comunicar, conmover, transformar.
Este modelo, lejos de estar obsoleto, se nos revela hoy como una alternativa poderosa. No se trata de nostalgia, sino de proyección: la obra artística del futuro no será una firma sobre un lienzo, sino la huella de múltiples voces actuando en sinergia.
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IV. UNA ESTÉTICA DE LA COLABORACIÓN
Nuestro grupo propone un giro radical: concebir la obra de arte como un ecosistema creativo. Esto implica:
• El desmontaje consciente del ego autoral.
• La práctica de la improvisación colectiva.
• El respeto por las tensiones creativas como parte del proceso.
• La integración de disciplinas, saberes y técnicas diversas.
• La voluntad de crear sin jerarquías, sin centro, sin necesidad de un rostro que lo represente todo.
Creemos en la belleza que nace del conflicto compartido, del azar dirigido por la escucha mutua, de la desidentificación con la noción de “obra propia”. Nuestras piezas, nuestras exposiciones, nuestras acciones serán firmadas como conjunto. No por falsa modestia, sino por coherencia ética y estética.
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V. UNA PROPUESTA PARA EL ARTE QUE VIENE
La historia se ha agotado en su forma vertical. El arte, si quiere sobrevivir con sentido, debe reconfigurarse horizontalmente. Proponemos un arte sin héroes, sin genios, sin marcas registradas. Un arte que se parezca más a una conversación larga que a un monólogo altisonante. Un arte donde el resultado pese más que la identidad de su hacedor.
Que el artista del siglo XXI no sea ya el protagonista absoluto, sino el orquestador de diálogos, el tejedor de procesos, el que disuelve su firma en un canto colectivo.
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Este manifiesto no es una renuncia, sino una apuesta. Apostamos por una poética del nosotros. Por un arte sin pedestal. Por la creación como acto de comunión. En tiempos donde todo empuja hacia el individualismo y la exhibición, elegimos volver al centro primigenio del arte: la transformación del mundo a través de la obra compartida.
A GALERISTAS Y COLECCIONISTAS: UNA NUEVA RESPONSABILIDAD CULTURAL EN LA ERA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
No basta con que los artistas transformen sus procesos; es necesario que el ecosistema que rodea al arte —galerías, ferias, coleccionistas, críticos e instituciones— se sumen activamente a esta transición. La figura del artista colectivo y el valor de la obra colaborativa deben encontrar su lugar digno en el mercado del arte, no como excepción anecdótica, sino como tendencia inevitable.
Invitamos a las galerías a que dejen de buscar sólo nombres, y comiencen a exhibir procesos. A los coleccionistas, les proponemos que no adquieran firmas, sino relatos compartidos. Que acepten que la belleza puede surgir del anonimato múltiple, del mestizaje de estilos y de la renuncia al ego. Que abracen la idea de que la obra puede tener más fuerza cuando no le pertenece a nadie en particular.
Este nuevo paradigma no sólo responde a una necesidad ética o estética, sino a una transformación histórica en curso: la irrupción masiva de la inteligencia artificial en los procesos creativos. Ya no es extraño que una máquina pueda imitar con soltura el trazo de un artista, su paleta cromática, incluso su retórica visual. Ante este hecho ineludible, el arte individualista como firma única entra en crisis, pues aquello que puede replicarse algorítmicamente pierde su misterio.
En este nuevo escenario, lo colectivo, lo irrepetible del diálogo humano entre múltiples miradas y oficios, se vuelve un refugio de autenticidad. La inteligencia artificial puede simular a un autor, pero no puede capturar el vértigo de una creación compartida, la tensión amorosa del disenso estético, ni la riqueza simbólica de una obra construida en plural.
Por ello, urge una conciencia distinta en quienes invierten, exponen y promueven el arte. No se trata de resistir la inteligencia artificial, sino de comprender que su presencia nos obliga a redefinir qué es lo verdaderamente humano en el arte. Y esa humanidad se encuentra, más que nunca, en la creación colectiva, interdisciplinaria, donde las obras ya no son huellas de un ego, sino constelaciones de pensamiento, intuición y experiencia.
La tarea de quienes financian y legitiman el arte en esta nueva era no será simplemente comprar objetos, sino apostar por procesos que trasciendan al individuo y enfrenten con profundidad el vértigo de esta nueva condición poshumana.
Este manifiesto no es una proclama idealista ni una nostalgia gremial: es el testimonio vivo de un cambio que ya ha comenzado. Lo colectivo no es una moda ni una utopía, sino una estrategia profundamente contemporánea. En un mundo donde la inteligencia artificial replica estilos y personalidades con facilidad, la creación compartida emerge como el último territorio de lo auténticamente humano. Ya no basta con hablar del arte; es tiempo de replantear quién lo hace, cómo se hace y para quién. Esta propuesta es, al mismo tiempo, una crítica al sistema y una visión de futuro. Y como toda visión real, nace no de la teoría, sino de la práctica: somos artistas que ya estamos trabajando así, desde hace décadas, y hoy decidimos hacerlo visible.
En este último paradigma, la colectividad no solo representa una ética de creación, sino también una forma de resistencia frente a la lógica algorítmica. A diferencia de los estilos individuales —que pueden ser identificados, aprendidos y replicados por un modelo entrenado—, una obra nacida de múltiples voces, tensiones y capas humanas resulta mucho más difícil de codificar. Cada proceso colectivo introduce una red de decisiones impredecibles, negociaciones sensibles y complejidades vivas que desafían la linealidad de cualquier algoritmo. En otras palabras, la colaboración real genera una opacidad creativa que no puede ser traducida fácilmente a lenguaje de máquina. Por eso, el arte colectivo no solo es más humano: es también más resistente a la automatización. Y esa resistencia es, hoy, un gesto profundamente artístico, político y poético.
Una defensa de la autoría humana en tiempos de automatización creativa
En el umbral de una transformación tecnológica sin precedentes, el Realismo Trágico Interdisciplinario se erige como un posicionamiento estético, ético y político frente a la creciente automatización del arte. Más que un estilo, es una declaración sobre el lugar del creador humano, su agencia y su irreemplazable singularidad en un ecosistema cultural cada vez más mediado por inteligencia artificial
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La condición trágica como punto de partida
Frente al optimismo digital que promete eficiencia, perfección y replicabilidad, el Realismo Trágico afirma la centralidad de la experiencia humana marcada por la finitud, el conflicto, el error y la pérdida. Esta condición trágica no es un límite: es la fuente misma de lo artístico. Sólo a través del reconocimiento de nuestras contradicciones puede surgir una obra que dialogue verdaderamente con el presente.
Interdisciplinariedad como estrategia de complejidad
En un momento donde la compartimentalización tiende a simplificar discursos, el enfoque interdisciplinario permite confrontar la complejidad del mundo contemporáneo. Esta praxis cruza disciplinas —artes visuales, performance, teoría crítica, literatura, tecnología— no como ornamento, sino como método de interrogación. Es en ese entrecruzamiento donde emerge una poética capaz de resistir la homogeneización cultural promovida por sistemas automatizados.
Contra la neutralidad tecnológica: una postura crítica
El Realismo Trágico Interdisciplinario no niega la tecnología ni la inteligencia artificial, pero las aborda con una mirada crítica. Reconoce que los sistemas automatizados operan bajo lógicas de mercado, extracción de datos y estandarización de lo sensible. En este contexto, el artista no puede ceder su autonomía a la máquina sin renunciar también a su papel como agente crítico y simbólico.
Estética de la imperfección y de lo inacabado
La producción artística, bajo esta perspectiva, no persigue la perfección ni la pulcritud técnica, sino la intensidad, la ambigüedad, la huella de la subjetividad. Aquello que una IA puede completar “eficientemente” pierde, paradójicamente, el signo de lo humano. La obra auténtica no responde a patrones optimizables, sino a procesos abiertos, tensionales, a veces incluso inconclusos.
Arte como testimonio y resistencia
Frente a la saturación de imágenes generadas sin experiencia ni contexto, el arte interdisciplinario trágico recupera su dimensión testimonial. No busca agradar ni entretener, sino perturbar, denunciar, narrar lo que las plataformas invisibilizan. La obra se convierte así en documento afectivo, en archivo de lo que no debe olvidarse: la precariedad emocional, la violencia estructural, la soledad digital.
La figura del artista como operador de sentido
En este marco, el artista ya no es sólo productor de objetos estéticos, sino operador de sentido: alguien que conecta lenguajes, que articula discursos críticos, que interpela estructuras. Para coleccionistas y curadores, esto implica una responsabilidad distinta: ya no se trata de acumular obras, sino de custodiar visiones, relatos y posiciones que definen nuestra época.
El Realismo Trágico Interdisciplinario no es un repliegue nostálgico ante la inteligencia artificial, sino una respuesta estructurada desde la praxis crítica. En una cultura que celebra la inmediatez y la espectacularización, este manifiesto exige lentitud, profundidad y confrontación. No basta con preguntarse “¿qué puede hacer la IA?”; es urgente preguntarnos “¿qué no debe sustituir la IA?”. Entre esas respuestas, está el arte.